Como podéis comprobar en esta instantánea, Miguel fue uno de los 100 seleccionados para subir al escenario en el momento del anuncio. Recién levantado, con carita de wombat y dejando todas sus cosas manga por hombro allí donde habíamos dormido la noche anterior, pudo pasar toda la mañana sentado contra una verja, rodeado de policía australiana (siempre tan atenta y delicada en su trato, por cierto). El último trago de tan larga espera fue el largo agradecimiento del Carndenal Pell, después del rezo del Ángelus, que parecía que no se iba a callar nunca (no sé para qué tanta palabreria, en ningún sitio ha quedado constancia de su larga disertación). De echo, los que nos quedamos abajo estábamos histéricos, casi pegándonos con los cámaras que nos grababan porque nos quitaban el sitio.
